miércoles, 16 de abril de 2014

Vivir la enfermedad como mediación para llegar al Padre.

Esta es mi primera entrada en serio en mi recién estrenado blog. Y reconozco que me da pudor publicarla, porque habla de mi debilidad y a mi no me gusta sentirme débil. Pero también habla de un aprendizaje importante en mi vida. Y no quiero que se me olvide.

He  pasado desde diciembre de 2013 a abril de 2014 afónica. Casi 5 meses. Y eso para alguien apasionado de la comunicación como yo, es muuuuuyyyyyy difícil.
Un marido, 3 hijos, el trabajo, 2 grupos de catequesis, mi comunidad, el AMPA del cole, 2 congresos a los que asistir... y mucha medicación y mucho silencio impuesto.

Esto ha supuesto para mi muchas renuncias: dejar las catequesis, el AMPA del cole, dejar de ir a comunidad (porque he descubrí que estar con gente y tener que controlarme para no hablar me generaba mucha tensión en las cuerdas vocales), dejar de leerles cuentos y cantar a los niños, las charlas con mi marido, las charlas en el patio del cole, dejar de asistir a formaciones y congresos en los que iba a participar activamente, dejar de quedar con amigos, de ver a mi ahijadita, etc, etc.

Siempre he tenido una mala relación con mis enfermedades, porque me hacen sentirme débil y limitada. Y eso me desespera.
 
Así que he pasado por distintas fases: al principio, obviarla. Después, minimizarla (algo muy frecuente en mi, porque me creo un poco superman y que puedo seguir con todo yo sola). Después me preocupé. Después me enfadé. Después me desesperé. Después intenté llevarlo con paciencia...

Después de 3 meses, lo puse en oración y empecé a preguntarme "para qué". Para qué tanto silencio y para qué tantas renuncias y para qué tanto dejarme sola con lo imprescindible y lo más cercano a mi (porque hasta se me rompió el móvil, herramienta que yo -en plan Rita Hayworth- decía que "me sacaba del abismo de silencio").

 
A finales de marzo asistí a un café teológico cuyo tema era "el sufrimiento". Ahí descubrí que podía ser una mediación para acercarme al Padre, para entrar en contacto conmigo misma y tomar decisiones. Así que empecé a orarlo más.
 
Y me vino a la mente una escena de la película "Los 10 mandamientos" (la antigua, la de Charlton Heston). Cuando Moisés es expulsado de Egipto y se ve como va errante por el desierto, sin agua, con sed y desesperación. Hasta que se rinde y el narrador dice: "Y cuando llegó al límite de sus humanas fuerzas, se abandonó en el Señor. Y entonces llegó la salvación"
 
A mi me ha pasado.

Tardé 3 meses y 20 días en permitirme a mi misma llorar todo lo que debía llorar sobre ello y dejarme en manos del Padre. Y decirle: "No puedo más. Yo sola no puedo más". Y rezarle cantando en mi corazón: "En mi debilidad me haces fuerte. En mi debilidad, te haces fuerte en mi. "
 
Y entonces llegó la calma.
 
 
 
 
Estoy descubriendo mucho sobre mi misma; fortalezas y debilidades. Que soy más terca y más orgullosa de lo que yo pensaba. Que me cuesta dejarme cuidar pero que, a la vez, me gustaría que me cuidaran de la manera que yo quiero y no acepto la forma de cuidarme que tiene el otro.
 
También he aprendido a ser más feliz con lo que tengo en casa, sin depender tanto de lo externo. Pero yo soy activa y relacional, así que aún hay conflicto interno. No creo que tenga que renunciar a ser como soy, pero si ser más consciente y agradecida por lo que es nuclear en mi vida.

Tiempo de crecer y recolocar.

Ahora lo estoy viviendo con más paz. Aunque tengo mis ratos...